A veces, sólo a veces, la mariposa vive más de un día y vuela. Entonces,
se intoxica, se vuelve huérfana de aire. Vive agonizando porque así es el mundo
y así es la vida. La mariposa celebra
vivir un nuevo día. Sin embargo, cabría preguntarse qué sentido tiene vivir
agonizando. Pero la mariposa no se pregunta nada, vuela. Hasta que al fin, un
día, cae indefensa en la vereda. Pasa un niño y fácilmente la captura,
aleteando aún. Luego, cuando abre su
mano para verla de cerca, la mariposa ya es ceniza tornasolada en medio de la
ciudad.
El niño llora, su
trofeo se ha desvanecido. Son lágrimas de frustración, no de pena. ¿Por qué
debería sentir pena, acaso tiene alguna relación con la mariposa? Nada tienen
que ver juntos. El niño se limpia las
manos, se deshace de ese polvo de mariposa y sigue jugando.
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